Escrito por Edgar Luna
Cada uno de nosotros tiene una forma de pensar y tendemos a pensar que la forma en que hacemos las cosas es la forma correcta de hacerlas.
Recuerdo cuando me casé y compartí mi vida con mi esposa y comencé a ver que aunque teníamos muchas cosas en común, también hacíamos algunas cosas muy diferentes. Las pequeñas cosas en las que normalmente no piensas, pero que notas cuando alguien las hace de manera diferente o te pregunta por qué las haces de cierta manera.
Cosas como:
- Hacer la cama.
- Lavar los platos.
- Que ruta tomar para ir a algún lugar.
- Cómo y en qué gastar el dinero.
- Y muchas cosas más.
Y a medida que pasas más tiempo con ciertas personas, como cónyuges, hijos, compañeros de cuarto, comienzas a notar estas cosas y vienen ciertos sentimientos sobre cómo otras personas hacen ciertas cosas.
Algunos se sienten muy frustrados cuando las cosas no se hacen como ellos creen que deberían hacerse. Y aunque tengan muy buenas razones para pensar así, tenemos que ser conscientes de que cada uno es diferente.
Y aunque una persona cercana a ti haya vivido contigo desde que eran bebés, eso no cambia el hecho de que sean diferentes y tengan una forma diferente de abordar un tema.
Algunas personas abordan los problemas pensando, planificando y moviendo las cosas hasta tener la certeza de que todo ha sido pensado y todos los riesgos mitigados.
Otros se lo toman con calma y aunque tienen un plan no se estresan demasiado por ello, pero tienen las cosas cubiertas.
Ahora, el problema se intensifica cuando estas dos formas diferentes de pensar chocan y una de ellas intenta imponer su forma de pensar. Lo que sucede entonces es que la frustración comienza a crecer y la comunicación se corta. Y cuanto más intenta uno imponer su voluntad, más se derriba la comunicación con la otra persona.
Cuando esto sucede, debemos intentar ser conscientes, reflexionar sobre nosotros mismos y pensar por qué es importante para nosotros imponer nuestra forma de pensar.
Tal vez eso haya funcionado para nosotros y nos haya hecho felices y queremos compartirlo. O tal vez tuvimos una experiencia dolorosa y no queremos que nadie más experimente ese dolor.
Cualquiera sea el motivo, debemos ser inteligentes a la hora de abordar el tema.
- Haz preguntas y conoce la perspectiva de la otra persona.
- Tómate un momento para escuchar y empatizar por lo que esta persona compartió.
- Comunica respetuosamente cómo abordarías el problema y cómo lo resolverías.
Decirle a alguien cómo resolver un problema no ayuda a la situación y evita que esa persona gane confianza para resolver los problemas por sí misma.
Una gran parte de crecer es permitir que otros enfrenten problemas y los resuelvan lo mejor que puedan, y es posible que te sorprendas cuando le das a alguien la libertad de enfrentar sus problemas de frente, incluso si no estás de acuerdo con la forma en que los resolvieron a ellos.
Cada cabeza es un “Mundo Diferente” y permitir que otra persona sea única y diferente, te permite mantener la paz y brindarle ese impulso de confianza de que crees en esa persona.
E. Luna




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